Espantos de Tunja
Es un espanto que aparece en Boyacá en el Convento de los Agustinos en el desierto de la Candelaria y en algunas casas viejas y solariegas de Tunja. Existe la creencia que en determinada habitación se aparece "la mano peluda" o "mano verde", que es muy velluda y con uñas grandes y puntiagudas. Se presenta en noches oscuras y solitarias y se mueve por las ventanas y las paredes de la pieza.
Este mito o espanto es también conocido en Tunja. Según las creencias populares, la Llorona aparece como una mujer con rostro huesudo de calavera, ojos rojizos, cabellos desgreñados, con largas vestiduras, sucias y deshilachadas, llevando en sus brazos un niño muerto. Se distingue por sus lloriqueos, angustiantes y profundos, y sus gritos y plañidos macabros. Sale en Tunja por el Alto de San Lázaro y llega hasta la Fuente Grande y otros lugares de la ciudad; por todas partes profiere llantos desgarradores. Se trata de un espíritu de mujer que mató a su niñito, y como castigo fue condenada a vivir llorando y con lamentos que provocan inmenso terror.
En el Templo y Convento de San Francisco existía también la leyenda según la cual salía un sacerdote misterioso con casulla roja y con vaso sagrado para decir misa en la madrugada. Durante muchos años los legos franciscanos no iban al toque de las ánimas por miedo al espanto, hasta cuando uno de ellos se atrevió a ir al altar misterioso, quien según los franciscanos era un alma en pena y solicitaba oraciones para su salvación.
Hasta hace algunos años los tunjanos sentían pánico en las noches de luna cuando pasaban por la Calle del Árbol, en donde en horas avanzadas de la noche veían el fantasma de doña Inés de Hinojosa y unas luces que seguían la ruta, desde el lugar en donde se ubicaba el árbol en el cual fue ahorcada, hasta la Catedral. Esta leyenda se relaciona con uno de los escándalos más grandes que ocurrieron en Tunja en la segunda mitad del siglo XVI, en los años de la presidencia de Don Andrés Díaz Venero de Leiva, quien acudió a la ciudad fundada por el Capitán Gonzalo Suárez Rendón, para hacer justicia a la ardiente y apasionada venezolana que estuvo envuelta en el uxoricidio de sus dos esposos, con la ayuda de sus dos amantes.
En el del Parque de San Francisco, al frente del templo. Allí existía la estatua de un perro con cadenas, hecho en piedra. En horas avanzadas de la noche, las gentes veían el perro de San Francisco arrastrando sus cadenas, con ladridos terribles y ojos con fuertes luces.