El Espanto De Inés De Hinojosa

Hasta hace algunos años los tunjanos sentían pánico en las noches de luna cuando pasaban por la Calle del Árbol, en donde en horas avanzadas de la noche veían el fantasma de doña Inés de Hinojosa y unas luces que seguían la ruta, desde el lugar en donde se ubicaba el árbol en el cual fue ahorcada, hasta la Catedral. Esta leyenda se relaciona con uno de los escándalos más grandes que ocurrieron en Tunja en la segunda mitad del siglo XVI, en los años de la presidencia de Don Andrés Díaz Venero de Leiva, quien acudió a la ciudad fundada por el Capitán Gonzalo Suárez Rendón, para hacer justicia a la ardiente y apasionada venezolana que estuvo envuelta en el uxoricidio de sus dos esposos, con la ayuda de sus dos amantes.

Doña Inés de Hinojosa, natural de Barquisimeto (Venezuela) era una hermosa mujer que poseía una respetable riqueza, casas y haciendas. Tenía un carácter fuerte y dominante; era sumamente caprichosa, y en especial, era una hembra ardiente y apasionada. Se casó en Carora con su primer esposo don Pedro de Ávila, jugador y bebedor, quien como no tenía su propio dinero, gastaba a manos llenas los dineros de doña Inés. Además de vicioso, era mujeriego, lo cual llenó de celos a su esposa, quien fue perdiendo el amor y llegó el momento de convertirlo en un problema por la mala vida que pasaba. Doña Inés determinó planear el modo de deshacerse de su esposo don Pedro de Ávila.

El pueblo de Carora tenía muchos problemas con los "marañones", soldados que estuvieron en las luchas con Lope de Aguirre, "El Tirano Aguirre".  A Carora llegó un profesor de música y danza, don Jorge Voto, quien dictaba sus clases con vihuela y otros instrumentos de cuerda; muy pronto fue adquiriendo fama entre las mujeres jóvenes de Carora. En una de las tertulias, doña Inés lo conoció, y como también se vieron en otros lugares, se enamoraron apasionadamente. Y para unir más el ardor de dos amantes, tramaron el asesinato de don Pedro de Ávila.

El bailarín con locura de amor buscó al esposo de su amante por todas las cantinas y lugares de juegos y licores. En una de las tabernas de Carora: lo encontró y lo siguió muy cautelosamente cuando salió para su casa, y después de algún recorrido lo atacó y con varias cuchilladas lo dejó muerto.

Cuando doña Inés tuvo conocimiento de la muerte de su esposo don Pedro de Ávila, salió a la calle llorando con desesperación, pidiendo a gritos el castigo para el asesino de su amado esposo. Todo lo hizo con ademanes teatrales que atrajeron el sentimiento de las gentes de Carora que tuvieron compasión con la viuda abatida y vengativa contra el homicida. Las autoridades averiguaron sobre los hechos del crimen y los posibles homicidas, sin ser posible su descubrimiento, pues los verdaderos autores eran los amantes Jorge e Inés.  

El músico y bailarín se trasladó a vivir en Pamplona en el Nuevo Reino de Granada. Su comunicación por correspondencia con doña Inés era frecuente, e influyó para que su amante también se ubicara allí, fijaran su residencia y se casaran. A doña Inés la acompañaba desde Carora su sobrina doña Juana, una bella y melancólica joven, que se convirtió en su dama de compañía. Pasado algún tiempo en Pamplona, don Jorge Voto y doña Inés, junto con su sobrina Juana, resolvieron partir de la ciudad que los había acogido, para trasladarse directamente a Tunja, una ciudad cultural que tenía fama en el Nuevo Reino de Granada por sus bellas construcciones arquitectónicas en las iglesias y conventos, algunos de ellos en construcción. Y sobre todo, por su ambiente artístico musical, que según los esposos, sería el mejor sitio para sus actividades musicales y danzarías. Ellos se ubicaron en una mansión de dos pisos que quedaba a una cuadra de la plaza principal. Frente a esta casa vivía el Escribano Vaca, cuñado de don Pedro Bravo de Rivera, encomendero de los indios de Chivata.

Don Jorge Voto tuvo mucha acogida en la sociedad tunjana, como profesor de música y danzas. Los jóvenes de las familias más distinguidas tenían sus clases, especialmente las de danzas e instrumentos de cuerda. El artista vivía muy ocupado en sus clases y en sus viajes que hacía a Santafé de Bogotá, por lo cual doña Inés de Hinojosa permanecía muy sola en su residencia con su sobrina doña Juana.

Don Pedro Bravo de Rivera, el encomendero, se enamoró locamente de la bella doña Inés, a quien visitaba con frecuencia en su casa, cuando Jorge Voto estaba en Santafé o en sus múltiples ocupaciones. Para disimular sus visitas a la mansión de su amada apasionada, el encomendero hizo noviazgo con doña Juana, la sobrina melancólica, a quien le pidió su mano para casarse.

El amor condujo a don Pedro a tomar en arriendo la casa contigua a la que habitaban los esposos Voto-Hinojosa, a fin de llevar a cabo con facilidad los coloquios por medio de una puerta clandestina que hicieron abrir en el muro que separaba ambas edificaciones. Y para llegar a la plenitud del amor con una unión eterna, los amantes decidieron asesinar al bailarín Jorge Voto.

Cierta noche doña Inés de Hinojosa ofreció en su casa una cena de familia que se daba al prometido de doña Juana, su sobrina. Se ofreció una opípara comida con un buen vino traído de España y música de cuerdas. Entre los asistentes se destacaron don Pedro Bravo de Rivera, prometido de doña Juana y amante de doña Inés de Hinojosa, además don Hernán Bravo de Rivera, hermano de don Pedro, y don Pedro de Hungría, sacristán de la iglesia principal; y también algunas damas tunjanas, para quienes don Jorge Voto tañó la vihuela y las hizo danzar.

Después de la opulenta cena, y ya pasados de copas, el amante de Inés invitó al esposo ultrajado a visitar unas doncellas tunjanas que lo querían escuchar y ver bailar en sus aires españoles. Ambos salieron en dirección el antiguo barrio de Santa Lucía. Como no encontraron las damas, se dirigieron a un riachuelo y cerca de un montículo encontraron dos personas envueltas en sábanas que daban la apariencia de dos mujeres vestidas de blanco. Estas personas disfrazadas eran precisamente don Hernán Bravo de Rivera y don Pedro de Hungría, el sacristán de la iglesia. Los disfrazados se lanzaron contra Jorge Voto y lo atacaron furiosamente con sus punzantes estoques. Don Pedro Bravo de Rivera también lo acometió con su espada, lo mismo que sus acompañantes. Los tres asesinos no descansaron hasta dejar muerto a don Jorge Voto, el infeliz esposo de doña Inés de Hinojosa.

Cuando clareaba el día y empezaban algunos vecinos a cruzar la calle y a proveerse de agua de la Fuente de Aguayo, hallaron un rastro de sangre que, seguido con interés, hizo hallar el cadáver de Jorge Voto. Por este crimen fue avisado el Corregidor de Tunja, don Juan de Villalobos, quien sin pérdida de tiempo hizo publicar un bando llamando a estantes y habitantes de la ciudad de Tunja para que comparecieran ante él.

La noticia del crimen llegó a doña Inés de Hinojosa, quien hizo lo mismo que en Carora, cuando también asesinó a su primer esposo; llorar a gritos, con los cabellos desgreñados, lamentando la desesperación por la muerte de su esposo y pidiendo un castigo terrible para los asesinos. El asesinato de Jorge Voto estremeció a Tunja y al gobierno presidencial de don Andrés Díaz Venero de Leiva, quien se trasladó a la ciudad de Suárez Rendón a impartir justicia. Era el año 1571.

El Corregidor Juan de Villalobos sospechó de doña Inés de Hinojosa y de su amante Pedro Bravo de Rivera, quienes ya estaban en los chismes callejeros de Tunja. Cuando se estaba celebrando la misa fúnebre, llegó a la iglesia vestida de luto y con lágrimas en los ojos la viuda doña Inés. De inmediato fue puesta en prisión por órdenes del Corregidor y asimismo don Pedro Bravo de Rivera y Hernán Bravo de Rivera. El sacristán Pedro de Hungría, el otro asesino, huyó clandestinamente.

Doña Juana, la sobrina de la uxoricida Inés, fue requerida por las autoridades para que informara sobre lo ocurrido. Ella dio a conocer al presidente la terrible historia de su tía, la autora intelectual de los asesinatos de sus dos esposos. Ante ello, doña Inés, al verse perdida dio cuenta detallada de sus crímenes.

El Presidente don Andrés Díaz Venero de Leiva y la Justicia de Tunja dieron la sentencia condenatoria para tan nefando crimen. Doña Inés fue ahorcada en el árbol plantado delante de su casa; ese árbol era un frondoso arrayán, del cual pendió la terrible uxoricida, hasta que los cuervos obligaron a sepultar su cadáver.

El encomendero Pedro Bravo de Rivera murió degollado y sus bienes fueron confiscados. Su hermano Hernán Bravo de Rivera también fue ahorcado en la picota levantada en la esquina de la casa de Jorge Voto, en que desde entonces los tunjanos llamaron con terror "la calle del árbol". Pedro de Hungría, quien también fue sentenciado a muerte, huyó hacia el río Magdalena y se perdió para siempre en la selva.

Y cuenta la leyenda tunjana que el perro negro de doña Inés de Hinojosa permaneció durante varios días aullando bajo el árbol siniestro, hasta cuando murió. Las gentes tuvieron mucho miedo al pasar por la calle funesta, en donde en horas avanzadas y oscuras de la noche veían el fantasma de la mujer uxoricida condenada en los profundos infiernos. Una llama tenebrosa salía por la Calle del Árbol; ardía en forma chispeante cuando pasaba cerca del árbol de la ahorcada y se perdía en la Catedral de Tunja. Era la causa del terror tunjano, especialmente en las noches oscuras de invierno, con el trepidar de los vientos más fríos del Altiplano.

Texto de: Javier Ocampo López