Según las tradiciones tunjanas, el Judío Errante Ahseverus hizo una visita a Tunja en los finales del siglo XVI. Este judío, carpintero de los tiempos de Jesús, gritó al Nazareno en el camino del calvario: "anda", cuando éste quiso sentarse en una piedra. El Maestro le dijo: "Anda tú, anda hasta que yo vuelva, hasta el fin de los tiempos”. Y desde entonces, el judío errante anda por todo el mundo hasta la consumación de los siglos.
Cuenta la leyenda que el Judío errante viaja por todas las regiones de la tierra, desde la muerte de Jesucristo. No tiene necesidad de comer, ni de beber, ni tiene enfermedades, ni puede morir. Camina sin parar, pues cuando se detiene, parece que carbones encendidos le queman todo el cuerpo y por ello está en constante movimiento por todo el mundo.
Según la tradición tunjana, el Judío errante llegó a la ciudad colonial a mediados del siglo XVI, cuando tuvo su encuentro y diálogo con la escultura del judío de la iglesia de Santo Domingo, que sale en las procesiones de Semana Santa. Esta escultura fue esculpida en Tunja en el siglo XVI y a su alrededor existen numerosas leyendas: sus salidas a hurtadillas para recorrer las celdas de los dominicos, clavando con su mirada tenebrosa e infernal a quienes encontraba en su camino; sus salidas a diversos lugares de Tunja en noches oscuras y con luces misteriosas; y su estilo escabroso en las procesiones con el Jesús Nazareno.
El judío errante llego a la celda del Padre Luís en Tunja cuando en una Semana Santa todos los religiosos estaban en los oficios sagrados de la Iglesia. Este religioso estaba solo en el claustro cuando vio un cierto viajero vestido manera extraña, quien caminaba como autómata y muy cansado. Cuando el viajero se acercó al Padre, le dijo: "¿Tenéis la estatua de uno de los judíos que tomaron parte del martirio de Jesús, martirio en que tú no crees? El Padre Luís, abismado, encontró que el viajero tenía un vestido igual a la estatua del judío de Santo Domingo de Tunja, con un largo cayado y un sombrero de anchas alas.
El Padre Luís vio que el viajero se dirigió al judío de Santo Domingo, como un viejo amigo y le habló de su tierra. Y en el diálogo entre estatua y viajero, el Padre Luís escucho: "¿Me conoces?” ¡Ahseverus!, exclamó la estatua. "El mismo soy" dijo el viajero errante. Desde los días en que Jerusalén presenció los suplicios de Jesús, no he cesado de andar y aún no estoy perdonado; mas espero. Después de un padecer como el mío, ¿qué otra cosa es posible sino la esperanza? La desesperación es solo propia de los transitorios dolores humanos". En dicho día se presentó un aguacero que oscureció el cielo de Tunja.
Texto de: Javier Ocampo López