Monumento Al Trigo

Cruzaron el océano, navegaron ríos revestidos de leyenda, remontaron cordilleras y se internaron en tierras desconocidas y desafiantes, pero cargadas de promisorias riquezas. Estuvieron entre los españoles pioneros que arribaron a una meseta en donde se había establecido un poblado bautizado como Tunja, sobre las bases de ancestrales comunidades nativas y con la espada, la ambición y el arrojo como instrumentos. 

Cuando todavía en plena conquista se empezaban a sentar las bases de la colonia, plantaron sobre la fértil tierra una planta nueva, distinta del prodigioso maíz, fuente de alimentación para el cuerpo y el espíritu de los aborígenes. Fueron los integrantes de la expedición que en 1540 introdujo, sembró y procesó el trigo por primera vez en el actual territorio colombiano. Este suceso, determinante para la agricultura, la economía y la historia misma hasta nuestros días, fue rememorado y homenajeado cuatro siglos después, cuando se erigió un monumento en el mismo punto donde aquellas semillas iniciales recibieron la fecundación del suelo boyacense.

La conquista del nuevo mundo era aún una empresa en curso. Los contactos y enfrentamientos se habían escenificado en las regiones próximas a las costas del territorio que siglos después se conocería como Colombia. Poco a poco, movidos por la necesidad y la ambición, los expedicionarios europeos se adentraron en el interior del país para encontrar tierras donde se fascinaron, sorprendieron y desconcertaron. Casi de forma simultánea con la “pacificación” de los nativos, aquellos ejércitos temerarios empezaron a edificar las colonias de sus reinos europeos. Así, luego de penosas y casi inverosímiles travesías, arribaron al altiplano de los Muiscas y fundaron Santafé en 1538, y un año más tarde, Tunja. Los nuevos habitantes debieron acoplarse a un entorno agreste y diferente, aprovechando las riquezas que se le ofrecían, mezclándose con las tribus indígenas, muchas veces atacándolas e introduciendo sus doctrinas, virtudes, vicios y productos. Uno de ellos tiene su propia historia.

En 1540 Jerónimo Lebrón comandó la expedición española que trajo las semillas de una planta familiar en Europa, pero desconocida en América. El licenciado Lebrón era gobernador de Santa Marta, de manera que cuando debió regresar a su sede de gobierno en el puerto marítimo, dejó los granos al cuidado de un tocayo suyo, Jerónimo de Aguayo. El naciente cabildo de Tunja, en sus repartimientos de tierras, otorgó a este capitán el manantial que adoptó su nombre, “Fuente de Aguayo”, tiempo después conocido como “Fuente Grande”, lugar de paseo predilecto para los tunjanos hasta la primera mitad del siglo XX. Además, el nuevo propietario recibió los terrenos situados entre el nacimiento de agua y la cima de la “Loma de los ahorcados”, la colina donde los conquistadores dijeron haber visto decenas de indígenas muertos en la horca, hoy cubierta por barrios populares y en cuya cúspide se erige la iglesia de San Lázaro. Fue en esa vasta extensión donde el capitán plantó los granos y obtuvo una cosecha al año siguiente. Por primera vez, el trigo retoñó en el suelo de Tunja, del entonces Nuevo Reino de Granada y según la opinión de varios historiadores, en el mundo “nuevo” para los extranjeros.

En el artículo “La ‘loma de los ahorcados’ en Tunja”, el historiador Ramón Correa describe de manera poética: Aguayo hizo preparar los terrenos y en los primeros meses de 1541 sembró el trigo en todo el trayecto indicado. Al poco tiempo empezó a brotar, con ayuda de las lluvias, innumerable cantidad de hilos y a cubrirse la colina de un color verde oscuro. Después, millares de matas fueron creciendo y aparecieron en las cimas de las delgadas cañas las espigas, henchidas de granos. Meses más tarde la siembra fue tomando un tono anaranjado y llegó el tiempo de la siega, de la trilla con caballos, y la habitación de Aguayo se vio colmada de cargas de trigo, listas para el molino, porque la producción fue muy abundante, en atención a que la tierra no había jamás recibido en su seno esta clase de planta. Aquella caravana de alrededor de cien jinetes también resultó determinante para sentar las bases de actividades que, desarrolladas alrededor de este cereal, con el paso de los años se convertirían en industrias. Entre sus miembros se encontraban conocedores de la agricultura como Pedro Briceño, quien comenzó a fabricar la maquinaria necesaria para procesar las nacientes cosechas y se hizo un precursor en la construcción de molinos de trigo.

Además, junto a los hombres arribaron mujeres provenientes de Castilla, entre ellas, Elvira Gutiérrez de Montalvo, cuyo nombre ha quedado registrado por realizar algo hoy común, pero prodigioso en su momento: sus manos amasaron, moldearon y hornearon la mezcla que se convirtió en el primer pan producido en la ciudad. Esa primera plantación fue el punto de partida para un producto que retoñó con abundancia y se convirtió en uno de los más cultivados y comercializados. Así por ejemplo, en 1855 Anastasio Rojas expresaba en su testamento, hoy conservado en el Archivo Histórico de Boyacá: “declaro que dejo de mi propiedad un montón de trigo sin trillar y además las sementeras siguientes: dos orillas de trigo, una de cebada, otra de arveja y otra de turma”. Siglos después, para recordar aquellos hechos de los albores de la Colonia, se pensó en construir un monumento conmemorativo. Específicamente, se quiso señalar ese paraje del primer cultivo, próximo a donde en la actualidad se encuentran las instalaciones de una empresa de aguas de Tunja. José María Páez, miembro de la Academia Boyacense de Historia, presentó la iniciativa a la Sociedad de Agricultores de Boyacá, de la cual era a su vez secretario.

Esta organización acogió la idea y la trasladó a la alcaldía municipal, que dio el respaldo necesario para concretarla. Así, por medio de columnas y bases en piedra se demarcó el espacio, mientras que en una placa metálica se resumió el memorable suceso allí ocurrido. El 12 de octubre de 1952, día de la inauguración, el presidente de la Sociedad de Agricultores, Anibal de J. Medina, destacó el apoyo de la entidad por él presidida, la pujanza de la Academia de Historia y el acompañamiento del alcalde Carlos Suárez. Por varias décadas, la pétrea construcción recordó aquel episodio fundacional para la economía local y fue punto de encuentro y paseo, hasta que se convirtió en un testimonio de otro tipo. Algunos entre los vecinos con más años de residencia en los barrios La Fuente y La Calleja, en cuya zona se instaló la obra, recuerdan las pilastras talladas que señalaban la parcela elegida para la primera plantación. De esas estructuras, de la alameda circundante y de la placa adornada con altorrelieves de hojas y espigas e inscrita con los nombres de los integrantes de la expedición portadora de las primeras semillas, hasta el año 2012 solo quedaban las ruinas observables en la transversal 11 con carrera 16 de Tunja.

Tan deplorable deterioro, verificado en el transcurso de medio siglo (en el año 2000 el daño ya era notorio), fue el resultado de varios factores: el vandalismo y la delincuencia, pues el robo de la placa, los bloques y las lozas con el fin de obtener algunos pesos por la venta de estos elementos, asestó un golpe contundente al espacio recordatorio; la inercia de las autoridades encargadas de la vigilancia y la conservación, y la actitud pasiva de quienes veían los destrozos y los pasaban por alto. En 2013 la memoria del lugar tuvo una nueva oportunidad: una reconstrucción parcial posibilitó que los escombros volvieran a tomar el aspecto de un monumento, se colocó una nueva placa y se arregló un pequeño jardín.