La Vuelta Al Perro

La tradición de caminar eternamente en contravía de las manecillas del reloj, parece ser tan antigua como las historias contadas por el cronista de Indias Juan de Castellanos, quien describió a Tunja como “tierra de bendición, clara y serena, tierra que pone fin a nuestra pena". La canina costumbre está retratada en algún lugar de los libros de Don Próspero Morales Pradilla, quien contó las historias de la casquivana Inés de Hinojosa, quien luego de asesinar a sus dos maridos, fue colgada de un árbol ubicado a una cuadra de La Plaza de Bolívar. Nadie sabe con precisión si hubo alguna referencia de La Vuelta al Perro durante los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de la capital boyacense en 1939, cuando el poeta boyacense Jorge Rojas estrenó su "Ciudad Sumergida" y hablaba de una Tunja "hecha bosque de viento" y en dónde "se arrebata de rumbos su violenta arquitectura".

Desde “La Esquina de la Pulmonía” Sentir en la cara las ráfagas de viento que cruzan por "La Esquina de la Pulmonía" en Tunja, indica de repente que estamos en el sitio escogido al azar para iniciar la denominada Vuelta al Perro. Esta esquina está en el costado nororiental de la Plaza de Bolívar, en diagonal al Palacio de La Torre, sede de la gobernación de Boyacá. De manera curiosa se encuentra bautizada la tradicional Esquina de la Pulmonía, donde jocosamente se dice que es el lugar mejor bautizado de todo el mundo, debido al helado frío que se siente en dicho lugar, especialmente en altas horas de la noche o de la madrugada tunjana. Allí nace una vieja tradición de “Dar la vuelta del perro”, esto se basa en la acción de este animal doméstico que antes de acostarse a dormir da varias vueltas antes de tenderse en su nido o cama.

El ritual consiste en caminar, especialmente en las frías noches tunjanas, con la única intensión de esperar encontrar algún amigo para ir a disfrutar una bebida caliente en una de las muchas cafeterías que se ubican a lo largo de la Plaza de Bolívar y en el histórico Pasaje de Vargas. Generalmente el recorrido empieza en la esquina de La Pulmonía para seguir subiendo hacia el occidente hasta la esquina de la popular droguería Mundial, el paseo continúa hacia el sur caminando por el frente de la iglesia de Santo Domingo, luego se baja hacia el oriente por un costado del centenario e histórico Colegio de Boyacá hasta alcanzar la plaza de Bolívar.

 

Estando allí se puede recorrer por debajo del que es considerado el balcón más largo de América Latina, ubicado en el costado occidental de la plaza, allí tiene la sede el Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá (ICTBA), se dice que en este sitio se dio inicio el periódico “La Linterna” del recordado Calibán. Este recorrido ha perdurado a través de varios siglos gracias a que cientos de personas desocupadas, jubiladas, politólogos de oficio y los infaltables lagartos, acostumbran a reunirse en algún lugar público con el ánimo de tomar una bebida y hablar sobre diferentes temas de actualidad y de la vida cotidiana de cada tunjano.

Muchas de las historias más reconocidas de la capital boyacense han sido contadas gracias a la Vuelta al Perro, por tal razón este nombre es muy popular en la cultura y tradición boyacense. El periodista tunjano Orlando García Moreno publicó los libros "Nostalgias de la Vuelta al Perro" y la "Segunda Vuelta al perro", en el que recoge historias de lo que él denomina como "las alegrías, quimeras y amores de una Tunja sana y acogedora, de una ciudad colonial con ínfulas de modernismo". Y no es que el tema de andar por el centro de la capital boyacense tenga algo que ver con el chisme, pero hay quienes aseguran que tunjano que se respete tiene que dar diariamente por lo menos tres "Vueltas al Perro".

Rafael Cetárez es un contador público que alguna vez dijo que esa tradición es "sinónimo de parroquia, de costumbres pueblerinas, de encuentros inevitables, paseos vespertinos y retozos amorosos para unos y de chismes para otros". El ladrido como tradición El perro ha marcado muchos de los instantes de la historia de popular de la capital boyacense, porque, por ejemplo, en la novela de Los Pecados de Doña Inés de Hinojosa se cuenta la historia de uno que aulló hasta que los chulos acabaron con el cuerpo de la mestiza venezolana colgada para pagar por los crímenes urdidos por infiel. Y para hablar de otro perro, está el de San Francisco, que según relata la tradición popular, salía a altas horas de la noche arrastrando sus cadenas y lanzando ladridos lastimeros, mientras sus ojos ardían como bolas de fuego perdidas en la noche. Mientras al perro de San Francisco le atraían los lugares en dónde se realizaban velorios, el Espanto del Sombrerón prefería perseguir y asustar a los borrachos de la noche tunjana, que existirán por siempre. Pero la historia de esos fantasmas que debieron recorrer los mismos lugares del centro de Tunja por dónde actualmente se realiza La Vuelta al Perro, no está completa sin esa luz suspendida que era el fantasma del Farol de Las Nieves, el monje sin cabeza que salía del antiguo Panóptico en el claustro de San Agustín y desde luego el Judío Errante. Al final de su novela "Los Pecados de Doña Inés de Hinojosa" hay una referencia a su presencia, cuando Morales Pradilla narra que "en las casas, entre fogones y lechos, se advertía el acre olor del Judío Errante, como si la ciudad anduviera hacia el infierno, empujada por buena parte de los siete pecados capitales". Dicen que el Judío Errante hizo una visita a Tunja a finales del siglo 16 y como fue condenado a caminar eternamente por el mundo, es posible que de tarde en tarde salga para darse su "Vuelta al Perro".

Dos mujeres de la vuelta al perro.

Como en la historia de "la bella, inteligente y perversa Inés de Hinojosa", contada primero en el Carnero por el cronista Juan Rodríguez Freile y luego en Los Pecados por Próspero Morales Pradilla, en esta Vuelta al Perro no pueden faltar los excesos, especialmente los de trago y comida. Allí fueron protagonistas doña Alicita en su cigarrería Maiporé y doña Celia Parada en su puestico de fritanga, que la gente llamaba cariñosamente el Wimpy, ubicados los dos en ese círculo imaginario de La Vuelta al Perro. Cuando terminaba la tarde de tinto en los tertuliaderos del Pasaje Vargas era inevitable pasar a comprar la botella de ron Boyacá o aguardiente Líder u Onix fabricados por la Industria Licorera De Boyacá en la cigarrería que atendió por más de treinta años doña Alicia. Pícara y sonriente alguna vez habló de la fama de esta vuelta y de sus recuerdos de esta rutina citadina e incluso le puso dirección a la costumbre, para decir que comprende entre la carrera décima por la calle 19 y 20 y la carrera once. Sólo alguien que despachó tanto trago desde el mostrador de este pequeño local, sabía porque uno se emborrachaba "de dar tantas Vueltas al Perro". Y cuando uno ya estaba borracho entonces salía al quite doña Celia Parada en su puestico de fritanga ubicado durante más de 40 años en la entrada del Pasaje Vargas. Para levantar a los muertos ella estaba religiosamente con su dosis de fritanga, salchicha roja, longaniza, papa criolla, rellena, asadura y música popular hasta un poco más de las cuatro de la madrugada, "porque no le gusta ver amanecer".

Los más agradecidos clientes de doña Celia vinieron durante muchos años de cantinas tan famosas como El Fogón Boyacense y El Canelazo, ubicadas entre el Mono de la Pila y la Plaza de Bolívar, en pleno centro de la capital. Pero como en las canciones que escuchaba doña Celia en su radio sintonizada eternamente en la desaparecida Radio Boyacá y luego en Radio Recuerdos, estos negocios y otros del centro de la capital se volvieron "Sombras nada más". La noche tiende sus trampas y muchas cosas se acaban. Lo único que ha sobrevivido a pesar del tiempo, es la tradición de caminar esta cuadra en círculos, como en la imagen de un perro rabioso que gira eternamente tratando de morderse el rabo. La eterna Vuelta al Perro de los tunjanos, que no es más que un ritual inventado para no acostarse, para usar otro animal, como las gallinas.

Texto de: Indalecio Castellanos

Tunja y su pasado colonial glorioso, es la ciudad en la que don Juan de Castellanos escribió las célebres "Elegías de varones ilustres de Indias", cuenta con un enorme potencial cultural que vale la pena conocer. Caminar por las calles de Tunja significa hacer un recorrido en el que edificios coloniales y monumentos reflejan la importancia que esta ciudad ha tenido en la historia de Colombia. Frescos, retablos y pinturas se conservan como tesoros del arte colonial en templos, capillas y conventos, en tanto que museos de diversas clases se dedican a la ciencia y a la antropología, entre muchos temas.  

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